lunes, 14 de diciembre de 2009
viernes, 11 de diciembre de 2009
Viajes normales
Algo viejito...lo retocamos, le pasamos un poquito de barniz y sale de nuevo...
No es muy tarde, apenas las 23.25hs. Una típica noche de marzo cuando el verano empieza a irse. Vuelvo a casa en bondi. Callao y Lavalle. Tomo el 115 cuyo recorrido es Retiro- Villa Lugano. Voy, entonces, hacia el sur.
A esa hora suele estar semi vacío. Debíamos ser alrededor de 15 personas, no sé bien porqué recuerdo particularmente a un par de muchachos al fondo, un señor sentado del lado de la ventanilla derecha, detrás de la puerta del medio. El resto se me figuran como parte de la imagen, murmullo y movimientos. Los sentidos y la física prohiben percibir (o descubrir) todo en el mismo instante o con una sóla operación.
Por lo general viajo acompañada por hombres y mujeres de rostros cansados. Al fondo, un par de hombres con borcegos (de esos con puntas de acero que deben pesar como dos kilos cada zapato), de manos agrietadas y piel curtida por el sol. Abundan las mochilas o bolsos, pero no tanto las carteras ni los trajes. Ni los tacos ni el rimel.
Finalmente, me ubico en un asiento individual en la sexta fila.
Las mujeres más arregladas están delante de mí: una señora de un falso castaño claro charlando animadamente con una piba que parece tener más o menos mi edad. Morena, alta con zapatitos ochentosos, blusa azul y jeans wanama. Ambas con sus carteras dispuestas cuidadosamente hacia delante.
Vamos ya por Lavalle y Junín.
Suben cuatro o cinco personas, dos de ellos, jóvenes, con sus mp3 o celulares tecnológicos o algo que emite música según me indican esos auriculares incrustados en sus orejas, como también los hay en las mías.
Miro por la ventanilla, el sucio vidrio me da una imagen poco clara de la nocturna buenos aires. Quedan unos pocos cartoneros nucleándose en Larrea. Los veo todas la noches, generalmente a esta hora ya llegó el camión que los recoge, pero ese día aún no.
Cambio de dial, nunca aguanto una canción entera, pero no encuentro nada así que termino escuchando esa canción de Diego Torres hasta el final.
Cercanos a Once hay un recambio de gente. Se bajan los hombres de borcegos del fondo y otros más pero a su vez otros tantos. A la cabeza, una señora mayor, de pelo negro azabache recogido en una larga trenza, vestía una pollera larga y marrón gastado, zapatillas blancas de lona y medias soquete. La secundan, un par de sujetos de oberol celeste, una señora con cuatro chiquitos de entre cuatro y ocho años que están casi dormidos; y, un pibe de rastas con remera de Led Zeppelín y piercing en la ceja.
- Qué bien que les queda a los hombres el piercing en la ceja - pensé, -la barba desprolija también. Che, cada vez estoy menos exigente - me dije y retomé mi rutina de mirar el asfalto.
Cruzamos Rivadavia, las calles se empiezan a percibir más oscuras, con pocos caminantes que le den vida; con autos que se acercan a modelos noventosos y tiñen el paisaje que transita el bondi. Por Moreno se mantienen muchas casonas que hoy en su mayoría suelen ser hoteles.
- Qué caro que está alquilar hoy, ni a un hotel me puedo mudar - me lamento.
En Belgrano y Boedo sube un joven castaño de rulitos, de camiseta blanca un tanto sucia, jeans que en algún momento fueron azules y alpargatas, carga una bolsita con detergente y esos aparatitos para limpiar vidrios. Lo conozco de vista. Todas las mañanas lo veo limpiando los vidrios en el semáforo de Maza y Belgrano, ahí, cerca del hospital español. A veces esta acompañado con otro, ese día a la mañana lo había visto solo.
Saluda al chofer, pero no escucho bien la conversación, la radio me mantenía entretenida. Luego de cambiar de dial huyendo de Enrique Iglesias, Reik y canciones de amor del tipo de Aspen o Millenium.
- Uh. Símbolo de Paz. Temón, hace mil no lo escuchaba -. Por fin dejo quieto el mp3 al menos por tres o cuatro minutos.
Creo que la conversación entre el limpiador de vidrios y el chofer fue algo así como un:
Limpiador de vidrios: - Qué hacé’ amigo, cómo va?. Ya a esta hora quedamos pocos viteh?-.
Chofer, riéndose: - see, me queda una vuelta más todavía, está medio jodida la mano. Se pusieron forros con las rondas los supervisores. Vos ya terminaste?-
Limpiador de vidrios: - Sí, ya no junto nada, mejor me voy a guardar.-
Yo apago la radio, me atrae más su conversación después de todo introducen risas y realidad en medio de tanto silencio y la buena música poco duró en la radio.
De repente, las mujeres que estaban justo en los asientos de adelante se callan y miran atentamente. Un par de parejitas del lado izquierdo del colectivo también.
No entendía la situación, algo me había perdido.
El recién llegado se dirige hacia el fondo y veo movimientos, actividad, miradas alteradas (o desconcertadas al menos), murmullos. Había escuchado poco durante el viaje, el mp3 había hecho su trabajo. No entiendo. Miro para atrás y una mujer grande se abraza a su cartera, las señora y la chica de mi edad se alteran y miran, se inquietan, amagan a bajarse pero al final se quedan quietas y también se abrazan a sus posesiones.
Me doy vuelta y veo al pibe limpiavidrios hablando con todo el fondo del colectivo. Algo no encajaba en mi rutina de transporte público, rostros cansados y cabezeantes y silencios.
Entonces escucho. El limpiavidrios le dice a una mujer de mediana edad: -dame dos pesos-.
- Está pidiendo dinero nada más, mamá- que dice la piba de blusa azul y jeans de marca a la señora con la que charlaba, mientras suelta su bolso y lo deja caer sobre su costado.
En el fondo, la otra mujer le da los dos pesos y él le da monedas.
-Tomá, son dos pesos-.
Llegamos a Independencia. Se bajan madre e hija y una de las parejitas.
¿Alguien más necesita monedas? dice después sonriendo el limpiador de vidrios.
- Me la paso juntándolas, a mi me rompen las pelotas y usté viene de trabajar señora, cómo no le voy a cambiar, si ahora las venden y qué se yo. Vió, yo se las cambio nomás y no le cobro nada eh-. El chofer se ríe y se saluda, mirada cómplice mediante, con el joven a través del retrovisor.
Algunos empiezan a sonreír y hurgan en sus bolsillos.
Uy!, me tengo que bajar. Estamos en San Juan y Boedo.
Ellos siguen entre el chasquido de monedas y el limpiador de vidrios hacia el sur, paredón y después...
miércoles, 2 de diciembre de 2009
y andabas para rebelarte (borrador)
Cómo me atraviesas.
Me armas y desarmas
Me llamas y me das vida.
Mi compañera herida
como sobrevivientes.
Ella.
Los engañó la soledad, los confundió el tiempo. Andaban para desconocerse (o encontrarse). Por las mismas calles que te vieron reír (y también llorar) deambulabas buscando un bar. No era ninguno en particular, pero tampoco te atrevías a entrar en cualquiera, siempre creíste en la mística de encontrar un rincón donde el café deja sus borras y con los que confabulás tus futuros hipotéticos. Donde se tejen tus ideas inconclusas, confundidas pero honestas, sobre identidades colectivas y relaciones de producción socialistas. Ése, confesás en un murmullo, es el único amor verdadero que merece decirse para siempre. Los sentidos nos engañan, a veces, de tan noble verdad pero no logran hacerte sucumbir en el dormitar rutinario donde el packaging importa casi tanto como la telenovela y los chocolates importados (cuánta traicion! si en realidad es xocolatl; del cacao que en realidad es maya y es Ka'kaw). Por eso, hoy la rutina del cortejo ya no te conmueve porque lo primero que te dicen, siempre, es bonita, como una linda producción industrial, simétrica, en serie, una idéntica reproducción fordista de los cánones de estética de victoria’s secret pero, claro, versión siempre berreta. Es una banal ficción sinsentido y al menos te queda creer en la intención, sincera, del cumplido pero eso no te eclipsa ya. Perdió validez desde el mismo momento en que encontraste regularidad nomotética en los encuentros y en ellos y descubriste que te gustan más las humanidades y el descubrimiento de lo singular. No importa. Entrás a ese sucucho de viejos en el que ansías encontrar tu lugar mientras pensás: -qué cosa extraña me la paso pensando en cómo desprenderme de la propiedad privada y no obstante quiero mi lugar-, un posesivo que se niega a irse por completo, seguramente no tenga que desaparecer, pero no te deja de sonar extraño. - Lo mío, lo tuyo, lo nuestro, lo de él o ella, lo no-mío, lo no-nuestro-. Quién sabe, esto de la definición del ser por el no-ser siempre te deja atónita. De momento te sentás y pedís un cortado.
Hoy tenés una cita y la reticencia te paraliza. –Ves, te repetís, lo único verdadero es la revolución socialista, las contradicciones del capitalismo y la tendencia marginal decreciente de la tasa de ganancia. Las demás relaciones sociales son impuras, menos nobles y más cobardes, por eso no son para siempre -. El único compromiso que sos capaz de tener es con el mundo. No era que te gustaba lo particular? Sí. No. Bueno, a lo mejor un poco más complejo. La subjetividad se desdibujó y te queda un sustantivo colectivo que para colmo es femenino y por supuesto de izquierda. Menos mal. Ella te dirige y así es como tiene que ser. Si no estás determinada por ella, al menos la elegiste como compañera.
Y vos, que también sos buena compañera, te deslumbras con la originalidad, o con intento-de-no-reproducción-no-copia, incluso la más mediocre creación. Cuál es el problema de la mediocridad? Están todos empeñados en ser héroes y seguro que la mayoría de los grandes hombres murieron en el anonimato, con los hombros curtidos por el Sol y los sueños empeñados. Ni qué hablar de las mujeres (de mí, de vos, de nosotras!) entonces, tantos años escondidas entre las sombras y los pseudónimos fálicos.
Querés testificar (cuyo origen etimológico, paradójicamente aunque no por eso inocentemente, proviene de testículo, parece ser que antes de jurar por Dios, se juraba por ellos!) y querés ser testigo. Arte y parte de tus actos, de los míos, de los nuestros, de los de ellos…de todos, de nosotros. Ay!, cómo gusta ese sustantivo, femenino y rebelde, que ya es propio y que ya es acción, en su dulce movimiento constante y su potencialidad-acto incesante. Que te sacó de tu [o de mi] lugar no-lugar para llevarte de nuevo a la calle, de tierra o de piedra, fértil y libre que la guía y te guia.
No nos engañó la soledad, nos desorientó el destino para recordarnos que estabámos para rebelarnos…