Cómo me atraviesas.
Me armas y desarmas
Me llamas y me das vida.
Mi compañera herida
como sobrevivientes.
Ella.
Los engañó la soledad, los confundió el tiempo. Andaban para desconocerse (o encontrarse). Por las mismas calles que te vieron reír (y también llorar) deambulabas buscando un bar. No era ninguno en particular, pero tampoco te atrevías a entrar en cualquiera, siempre creíste en la mística de encontrar un rincón donde el café deja sus borras y con los que confabulás tus futuros hipotéticos. Donde se tejen tus ideas inconclusas, confundidas pero honestas, sobre identidades colectivas y relaciones de producción socialistas. Ése, confesás en un murmullo, es el único amor verdadero que merece decirse para siempre. Los sentidos nos engañan, a veces, de tan noble verdad pero no logran hacerte sucumbir en el dormitar rutinario donde el packaging importa casi tanto como la telenovela y los chocolates importados (cuánta traicion! si en realidad es xocolatl; del cacao que en realidad es maya y es Ka'kaw). Por eso, hoy la rutina del cortejo ya no te conmueve porque lo primero que te dicen, siempre, es bonita, como una linda producción industrial, simétrica, en serie, una idéntica reproducción fordista de los cánones de estética de victoria’s secret pero, claro, versión siempre berreta. Es una banal ficción sinsentido y al menos te queda creer en la intención, sincera, del cumplido pero eso no te eclipsa ya. Perdió validez desde el mismo momento en que encontraste regularidad nomotética en los encuentros y en ellos y descubriste que te gustan más las humanidades y el descubrimiento de lo singular. No importa. Entrás a ese sucucho de viejos en el que ansías encontrar tu lugar mientras pensás: -qué cosa extraña me la paso pensando en cómo desprenderme de la propiedad privada y no obstante quiero mi lugar-, un posesivo que se niega a irse por completo, seguramente no tenga que desaparecer, pero no te deja de sonar extraño. - Lo mío, lo tuyo, lo nuestro, lo de él o ella, lo no-mío, lo no-nuestro-. Quién sabe, esto de la definición del ser por el no-ser siempre te deja atónita. De momento te sentás y pedís un cortado.
Hoy tenés una cita y la reticencia te paraliza. –Ves, te repetís, lo único verdadero es la revolución socialista, las contradicciones del capitalismo y la tendencia marginal decreciente de la tasa de ganancia. Las demás relaciones sociales son impuras, menos nobles y más cobardes, por eso no son para siempre -. El único compromiso que sos capaz de tener es con el mundo. No era que te gustaba lo particular? Sí. No. Bueno, a lo mejor un poco más complejo. La subjetividad se desdibujó y te queda un sustantivo colectivo que para colmo es femenino y por supuesto de izquierda. Menos mal. Ella te dirige y así es como tiene que ser. Si no estás determinada por ella, al menos la elegiste como compañera.
Y vos, que también sos buena compañera, te deslumbras con la originalidad, o con intento-de-no-reproducción-no-copia, incluso la más mediocre creación. Cuál es el problema de la mediocridad? Están todos empeñados en ser héroes y seguro que la mayoría de los grandes hombres murieron en el anonimato, con los hombros curtidos por el Sol y los sueños empeñados. Ni qué hablar de las mujeres (de mí, de vos, de nosotras!) entonces, tantos años escondidas entre las sombras y los pseudónimos fálicos.
Querés testificar (cuyo origen etimológico, paradójicamente aunque no por eso inocentemente, proviene de testículo, parece ser que antes de jurar por Dios, se juraba por ellos!) y querés ser testigo. Arte y parte de tus actos, de los míos, de los nuestros, de los de ellos…de todos, de nosotros. Ay!, cómo gusta ese sustantivo, femenino y rebelde, que ya es propio y que ya es acción, en su dulce movimiento constante y su potencialidad-acto incesante. Que te sacó de tu [o de mi] lugar no-lugar para llevarte de nuevo a la calle, de tierra o de piedra, fértil y libre que la guía y te guia.
No nos engañó la soledad, nos desorientó el destino para recordarnos que estabámos para rebelarnos…
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