“El espacio-tiempo es la entidad geométrica en la cual se desarrollan todos los eventos físicos del Universo, de acuerdo con la teoria de la relatividad y otras teorías físicas. El nombre alude a la necesidad de considerar unificadamente la localización geométrica en el tiempo y el espacio, ya que la diferencia entre componentes espaciales y temporales es relativa según el estado de movimiento del observador. De este modo, se habla de continuo espacio-temporal.”[1]
En los pasillos académicos del mundo de Sociales te inculcan que todo es procesual. La vida, la historia, el mundo. Entonces moldeamos tiempo y espacio como plastilina, con las herramientas que tenemos, cómo podemos. Algunos aprenden el oficio de forma más rápida o natural, otros no tanto. Condiciones objetivas y subjetivas de por medio.
No obstante, hay instantes, fugaces (o quizá no tanto) en los que se vuelve inevitable una ruptura. Una bisagra. Siempre lo nuevo implica algo de lo viejo, la definición por distinción y cambio también implica rasgos invisibles (e indelebles) de continuidad. Si se la establecemos a una linealidad espacio-temporal, si se la asignamos al cuerpo, al ser o a lo que fuere, es indistinto.
Pues bien, todo transcurre y se escurre. No es la primera vez que escribo sobre el tiempo, ni sobre los cambios. No obstante, hago eco de una frase que leí hace poco de María Carman en su libro etnográfico sobre el Abasto: "Siempre que quiero conocer algo nuevo, vuelvo al mismo lugar". Que indefectiblemente no es el mismo pero a nosotros se nos figura como si lo fuera. Así, entonces, vuelvo el tiempo o me devuelvo a él. No sin avatares ni inconvenientes se ha traspasado el limbo. Definitivamente no soy buena en ciertos menesteres, al menos no hasta ayer.
He aquí nuevas letras y nuevos horizontes, más posibilidades y potencialidades que buscarán hacerse eco. Eco con sus tiempos y silencios como pura música. A veces algo desafinada pero espontánea, otras tantas quizá un poco más armónica aunque la armonía en estos casos siempre será accidental.
Me gusta creer en un mundo de potencialidades que se crean y recrean constantemente. Siempre jugaba con la palabra destino, nunca fui devota del azar aunque sí simpatizaba con la suerte.
Unos apuestan futuros y otros coquetean con el pasado; se crea un juego inevitable y complementario. Verbos del indicativo y del subjuntivo se esfuerzan en hacerse a lugar en todos sus tiempos. Todo ello mientras mi profesora de séptimo grado se empeñaba en que valoráramos la palabra, las conjugaciones y la sintaxis con suma disciplina. Todo ello mientras vuelvo de allí para acá, y no sé porque ese acá se siente más cerca que antes.
Y de repente estoy rememorando mis guerras de bombas de barro con nostalgia guerrillera, la roña y roturas en las rodillas de todos mis pantalones infantiles incompatibles con las fotos de mi primera comunión.
Siempre jugaba con los playmóbiles que hacían de piratas y de “malos” porque estaban en contra del “rey”. Mi amigo Nacho era mi cómplice, no se lo confesábamos a nuestros padres.
Hoy tampoco.
Y el juego es distinto (o no tanto).
Juguemos.
Pues bien, todo transcurre y se escurre. No es la primera vez que escribo sobre el tiempo, ni sobre los cambios. No obstante, hago eco de una frase que leí hace poco de María Carman en su libro etnográfico sobre el Abasto: "Siempre que quiero conocer algo nuevo, vuelvo al mismo lugar". Que indefectiblemente no es el mismo pero a nosotros se nos figura como si lo fuera. Así, entonces, vuelvo el tiempo o me devuelvo a él. No sin avatares ni inconvenientes se ha traspasado el limbo. Definitivamente no soy buena en ciertos menesteres, al menos no hasta ayer.
He aquí nuevas letras y nuevos horizontes, más posibilidades y potencialidades que buscarán hacerse eco. Eco con sus tiempos y silencios como pura música. A veces algo desafinada pero espontánea, otras tantas quizá un poco más armónica aunque la armonía en estos casos siempre será accidental.
Me gusta creer en un mundo de potencialidades que se crean y recrean constantemente. Siempre jugaba con la palabra destino, nunca fui devota del azar aunque sí simpatizaba con la suerte.
Unos apuestan futuros y otros coquetean con el pasado; se crea un juego inevitable y complementario. Verbos del indicativo y del subjuntivo se esfuerzan en hacerse a lugar en todos sus tiempos. Todo ello mientras mi profesora de séptimo grado se empeñaba en que valoráramos la palabra, las conjugaciones y la sintaxis con suma disciplina. Todo ello mientras vuelvo de allí para acá, y no sé porque ese acá se siente más cerca que antes.
Y de repente estoy rememorando mis guerras de bombas de barro con nostalgia guerrillera, la roña y roturas en las rodillas de todos mis pantalones infantiles incompatibles con las fotos de mi primera comunión.
Siempre jugaba con los playmóbiles que hacían de piratas y de “malos” porque estaban en contra del “rey”. Mi amigo Nacho era mi cómplice, no se lo confesábamos a nuestros padres.
Hoy tampoco.
Y el juego es distinto (o no tanto).
Juguemos.
[1] Wikipedia claro está
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