Noches de debates y cervezas. Ojeras que traslucen esas pocas horas de sueño y los gritos de cancha que se llevan la espontaneidad y la política hasta el techo. Malos modales para las impolutas costumbres patricias, que esconden bajo sus blancos mandamientos 500 años de sangre y traición.
Nos reimos porque sí, de las berreteadas de los diarios oficiales (y oficialistas). Debatimos sobre los gustos de los sugus – y gana el azul, por supuesto -. El tiempo pasa sin mucha prisa ni preocupación, acompañados casi siempre por pizzas y este calor porteño que pesa casi tanto como un otro yo arriba mío.
Y te quiero a pesar de mis miedos a las peliculas de terror, a las cucarachas o a esta tendencia creciente de individualismo que a veces se vuelve risa - y a veces bronca-. Jodido caso de sabanas revueltas y sin excusas de alcohol - esa atenta sobriedad que es más intensa cada día-.
Mientras escribo sobre socialismo y me dejo el cuerpo en esta urbe cubierta de monóxido de carbono y elocuentes edificios bajo esa creciente especulación inmobiliaria. City con aromas de acá y de allá, total y altiva.
Porque entre cotidianeidades e ironías que se concentran en la panza con un aire extraño, piso charquitos y baldosas flojas.
Y me gusta tu piel en el desayuno.
Te quiero y tengo miedo de tu cocina improvisada y de tus cosquillas que saben a inocencias.
Tengo, entonces, un extraño caso de jodidez.
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